martes, 20 de diciembre de 2011

El Fundi, Matador de Toros


Por lo menos se despide, aunque nos amenazó más de una vez en irse sin decir nada. De puntillas y por la puerta de atrás, como han querido que esté durante toda su carrera. Pero se impuso, consiguió el reconocimiento aunque fuera demasiado tarde. Y cuando pareció alcanzar el sueño que persiguió durante más de veinte años, las desgracias se fueron consumando una a una hasta hacer mella en su propia vida. 

2008 fue el año de José Pedro Prados “El Fundi”, en la que por fin se recordó que es un torerazo. Logró entrar en Madrid, donde tantas y tantas veces fue repudiado. Para siempre quedará en el recuerdo su taleguilla nazareno y oro echa girones después de dejar un estoconazo. Sevilla a sus pies con una Palhada en la que un pinchazo le robó la primera que se sumaría a la que cortó en el cuarto. Creyó despertar por fin del sueño, ese que empezó cuando entró en la Escuela de Tauromaquia de Madrid, donde conoció a los componentes una terna mítica de los 80. José Luis Bote, Joselito y El Fundi. ¡Vaya tres! Solo pronunciar el cartel, rezuma torería.

Pero las cosas se comenzaron a torcer cuando se produjo el percance del recordado Adrián Gómez. Eso rompe a cualquiera. Un amigo, compañero de mil tardes postrado en una silla para siempre. Y una sucesión de graves golpes, como cuando se cayó del caballo en la finca de Joselito y su pronta reaparición hizo que perdiera sitio delante del toro y, por tanto,  delante de las empresas que se olvidaron de él. De hecho, el año pasado solo toreó 8 corridas. Vergonzoso e indignante.

Torero de poder y poderío. Matador de toros, con mayúsculas. Se va uno de los legendarios del escalafón, que se quedará más huérfano. Ojalá algún día, quizá cuando ya no esté, obtenga el reconocimiento que se merece por veinticinco años dando la vida por cumplir un sueño, por perseguir una ilusión. Ser torero, un gran torero. Maestro, este va a ser el año. Tu año.

martes, 13 de diciembre de 2011

La forja de los valientes


La grandeza del toreo no solo está en el gran circuito, ese del que están pendientes los medios, donde están las ferias de postín y los toreros de bandera. Para entender la historia del toreo, hay que bajar a la base, donde se forjan los hombres, donde se curten los toreros y arriesgan la vida cientos de profesionales.

El “otro” toreo, el de la guerrilla. El de jugarse el tipo ante un toro descomunal sin que el triunfo o el fracaso vayan a determinar el progreso en su profesión. Ahí están las plazas de talanquera, portátiles que retumban ante el derrote del cinqueño, o las plazas de piedra donde apenas entran los mozos de espadas. ¿Se puede entender una profesión en la que eres capaz de jugarte la vida en estas condiciones? Esa es la verdadera grandeza del toreo.

Un público embravecido, insultos por doquier si las cosas no salen. Donde no se comprende que una mirada asesina del toro pueda desconfiar a una cuadrilla entera. Porque cada toro transmite una sensación diferente, solo con la mirada puede derretir al más pintado. Solo se tiene valor si antes se ha superado el miedo. Y ese miedo vuelve, ya lo creo que vuelve, porque es libre e incontrolado.

Me he criado, taurinamente hablando, en el Valle del Tiétar (un señor se inventó lo del terror), donde el toro es la base de estos pueblos. Cada verano me gusta volver, recorrerlo desde Arenas de San Pedro hasta Cenicientos, sin olvidar mi querido Sotillo de la Adrada. Hablando en esos patios de cuadrillas, me reconocían que gracias al Valle del Tiétar, muchos profesionales podían sentirse toreros cada temporada, pero la exigencia de torear más de 20 festejos en la zona, hacían que terminara la temporada extasiados, muy tocados.

Este toreo tiene menos literatura, aunque tiene para llenar una enciclopedia de historias y anécdotas. Sí, hay que tener un punto, o varios, de locura, de amor, de pasión por el toro, todo mi respeto y consideración. Un trampolín que los novilleros punteros no quieren utilizar porque viven en figura, pero el ramillete que arriesga su vida allí, sabe valorar esta profesión de manera diferente, en definitiva, vivir en torero.