martes, 13 de diciembre de 2011

La forja de los valientes


La grandeza del toreo no solo está en el gran circuito, ese del que están pendientes los medios, donde están las ferias de postín y los toreros de bandera. Para entender la historia del toreo, hay que bajar a la base, donde se forjan los hombres, donde se curten los toreros y arriesgan la vida cientos de profesionales.

El “otro” toreo, el de la guerrilla. El de jugarse el tipo ante un toro descomunal sin que el triunfo o el fracaso vayan a determinar el progreso en su profesión. Ahí están las plazas de talanquera, portátiles que retumban ante el derrote del cinqueño, o las plazas de piedra donde apenas entran los mozos de espadas. ¿Se puede entender una profesión en la que eres capaz de jugarte la vida en estas condiciones? Esa es la verdadera grandeza del toreo.

Un público embravecido, insultos por doquier si las cosas no salen. Donde no se comprende que una mirada asesina del toro pueda desconfiar a una cuadrilla entera. Porque cada toro transmite una sensación diferente, solo con la mirada puede derretir al más pintado. Solo se tiene valor si antes se ha superado el miedo. Y ese miedo vuelve, ya lo creo que vuelve, porque es libre e incontrolado.

Me he criado, taurinamente hablando, en el Valle del Tiétar (un señor se inventó lo del terror), donde el toro es la base de estos pueblos. Cada verano me gusta volver, recorrerlo desde Arenas de San Pedro hasta Cenicientos, sin olvidar mi querido Sotillo de la Adrada. Hablando en esos patios de cuadrillas, me reconocían que gracias al Valle del Tiétar, muchos profesionales podían sentirse toreros cada temporada, pero la exigencia de torear más de 20 festejos en la zona, hacían que terminara la temporada extasiados, muy tocados.

Este toreo tiene menos literatura, aunque tiene para llenar una enciclopedia de historias y anécdotas. Sí, hay que tener un punto, o varios, de locura, de amor, de pasión por el toro, todo mi respeto y consideración. Un trampolín que los novilleros punteros no quieren utilizar porque viven en figura, pero el ramillete que arriesga su vida allí, sabe valorar esta profesión de manera diferente, en definitiva, vivir en torero.

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