La grandeza del toreo no
solo está en el gran circuito, ese del que están pendientes los medios, donde
están las ferias de postín y los toreros de bandera. Para entender la historia
del toreo, hay que bajar a la base, donde se forjan los hombres, donde se
curten los toreros y arriesgan la vida cientos de profesionales.
El “otro” toreo, el de la
guerrilla. El de jugarse el tipo ante un toro descomunal sin que el triunfo o el
fracaso vayan a determinar el progreso en su profesión. Ahí están las plazas de
talanquera, portátiles que retumban ante el derrote del cinqueño, o las plazas
de piedra donde apenas entran los mozos de espadas. ¿Se puede entender una
profesión en la que eres capaz de jugarte la vida en estas condiciones? Esa es
la verdadera grandeza del toreo.
Un público embravecido,
insultos por doquier si las cosas no salen. Donde no se comprende que una
mirada asesina del toro pueda desconfiar a una cuadrilla entera. Porque cada
toro transmite una sensación diferente, solo con la mirada puede derretir al
más pintado. Solo se tiene valor si antes se ha superado el miedo. Y ese miedo vuelve,
ya lo creo que vuelve, porque es libre e incontrolado.
Me he criado, taurinamente hablando, en el Valle del
Tiétar (un señor se inventó lo del terror), donde el toro es la base de estos
pueblos. Cada verano me gusta volver, recorrerlo desde Arenas de San Pedro
hasta Cenicientos, sin olvidar mi querido Sotillo de la Adrada. Hablando en
esos patios de cuadrillas, me reconocían que gracias al Valle del Tiétar,
muchos profesionales podían sentirse toreros cada temporada, pero la exigencia
de torear más de 20 festejos en la zona, hacían que terminara la temporada
extasiados, muy tocados.
Este toreo tiene menos
literatura, aunque tiene para llenar una enciclopedia de historias y anécdotas.
Sí, hay que tener un punto, o varios, de locura, de amor, de pasión por el
toro, todo mi respeto y consideración. Un trampolín que los novilleros punteros
no quieren utilizar porque viven en figura, pero el ramillete que arriesga su
vida allí, sabe valorar esta profesión de manera diferente, en definitiva,
vivir en torero.
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