Linares. Hotel Cervantes. Habitación 42. Manolete estaba cansado. Aún queda un largo mes hasta que llegase su ansiado octubre. Ya había tomado la decisión de retirarse una vez que concluyera una fatídica temporada que nunca terminó. El público, la prensa y su vida personal hacían de cada paseíllo un dolor insoportable. Una mochila que hacía más pesado aún su eterno rosa palo y oro. Su cara, más afilada que de costumbre, y su cuerpo, delgado en lo extremo, apenas llenaban una taleguilla llena de arrugas que iba camino del final que necesitan los héroes.
'La existencia que llevamos los toreros es muy triste. De un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustias, llevando a cuestas las vergüenzas de las tardes malas cuando el público se convierte en una fiera ululante, de terrible crueldad', reconoció un cansado Manolete a El Caballero Audaz meses antes de su última tarde. Su reflejo es el del ansia de ser libre, de desaparecer del inexorable juez que son los públicos, de la necesidad de amar sin ser juzgado. Manolete flotaba aquel 28 de agosto de 1947 entre la necesidad de convencer y la de volar. Su exigencia era tal que hubo de hacer faena hasta al maldito Islero sin atender las recomendaciones de su inseparable Camará: 'Echa la muleta abajo', o lo que es lo mismo, 'Rápido, fuera de ahí'.
Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín, con quien compartió tantas tardes, fueron testigos de la última tarde de Manolete. También el periodista Ricardo García López 'K-Hito' que relató con todo lujo de detalles la última estocada del Monstruo cordobés: 'Manolete se perfiló a poca distancia del miura. Lió la muleta, arrastró el pie izquierdo y centímetro por centímetro fue clavando el acero en el morrillo del toro. Duró aquello demasiado: se le vieron marcar todos los tiempos de la suerte suprema. Ni entró a matar con el morlaco pegado a toriles, ni la res se le vino encima de modo que él no pudiera evitarlo. Nada de eso. Nada de eso. El toro tuvo tiempo de prenderlo por el muslo derecho. Lo elevó un palmo del suelo y Manolete, girando sobre el pitón, cayó de cabeza. Cogida sin aparato. Quedó el espada entre las patas delanteras del miura, que optó por seguir un capote. Manolete, aún en el suelo, se llevó la mano a la herida. Toreros y asistencias acudieron con toda rapidez y lo tomaron en brazos. Equivocaron el camino de la enfermería y tuvieron que rectificar. Manolete iba pálido, intensamente pálido: en la arena habían quedado dos regueros de sangre'.
La cornada en el Triángulo de Scarpa era gravísima: había destrozado la arteria y vena femoral en más de 30 centímetros que entraron como un afilado cuchillo y quemaron como una bala. En la enfermería lo estabilizaron. Había perdido mucha sangre. El fino colchón del improvisado quirófano calaba gota a gota al frío suelo con sangre del Califa. Varias transfusiones de sangre le hicieron incorporarse e incluso dio unas caladas a un cigarro... parecía que lo peor ya había pasado.
Luis Miguel incluso llamó a su cirujano de confianza, el doctor Tamames. Todos querían ayudar.
Con la situación controlada, lo trasladaron ya de noche a la habitación 18 del Hospital de los Marqueses de Linares. A las 22.30 salieron de Madrid tanto el doctor Tamames como el doctor Jiménez Guinea. No fue hasta las 4 de la madrugada del día 29 cuando llegaron al hospital municipal. El estado de Manolete era muy débil y solo pedía beber. Las gasas mojadas no eran suficiente a lo que Luis Miguel contestó empapándole la cara. '¡Qué disgusto se va a llevar mi madre!', se le entendió decir. Doña Angustias ya volvía en carretera en el coche de Chopera desde San Sebastián -donde estaba veraneando- ante la gravedad de la situación.
El doctor Jiménez Guinea decidió ponerle, en torno a las 4.30, un plasma donado de Noruega que ya había causado varios muertos en una explosión en Cádiz durante la Guerra Civil. El problema no tardó en llegar. El plasma creó una intolerancia que derivó en un fallo renal y en un shock. 'Don Luis que no veo, Don Luis que no veo', dijo Manolete con los ojos abierto al doctor Jiménez Guinea. 'Cierra los ojos, tranquilo', le contestó y sus brazos cayeron inertes. Eran las 05.03 horas cuando la muerta de Manolete adelantó su leyenda.