Por lo menos se despide,
aunque nos amenazó más de una vez en irse sin decir nada. De puntillas y por la
puerta de atrás, como han querido que esté durante toda su carrera. Pero se
impuso, consiguió el reconocimiento aunque fuera demasiado tarde. Y cuando
pareció alcanzar el sueño que persiguió durante más de veinte años, las
desgracias se fueron consumando una a una hasta hacer mella en su propia vida.
2008 fue el año de José
Pedro Prados “El Fundi”, en la que por fin se recordó que es un torerazo. Logró
entrar en Madrid, donde tantas y tantas veces fue repudiado. Para siempre
quedará en el recuerdo su taleguilla nazareno y oro echa girones después de
dejar un estoconazo. Sevilla a sus pies con una Palhada en la que un pinchazo
le robó la primera que se sumaría a la que cortó en el cuarto. Creyó despertar
por fin del sueño, ese que empezó cuando entró en la Escuela de Tauromaquia de
Madrid, donde conoció a los componentes una terna mítica de los 80. José Luis
Bote, Joselito y El Fundi. ¡Vaya tres! Solo pronunciar el cartel, rezuma
torería.
Pero las cosas se comenzaron
a torcer cuando se produjo el percance del recordado Adrián Gómez. Eso rompe a
cualquiera. Un amigo, compañero de mil tardes postrado en una silla para
siempre. Y una sucesión de graves golpes, como cuando se cayó del caballo en la
finca de Joselito y su pronta reaparición hizo que perdiera sitio delante del
toro y, por tanto, delante de las
empresas que se olvidaron de él. De hecho, el año pasado solo toreó 8 corridas.
Vergonzoso e indignante.
Torero de poder y poderío.
Matador de toros, con mayúsculas. Se va uno de los legendarios del escalafón,
que se quedará más huérfano. Ojalá algún día, quizá cuando ya no esté, obtenga
el reconocimiento que se merece por veinticinco años dando la vida por cumplir
un sueño, por perseguir una ilusión. Ser torero, un gran torero. Maestro, este
va a ser el año. Tu año.