miércoles, 31 de enero de 2018

El amanecer del encierro


El silencio reina en el campo. El albor de una fría mañana aun despereza al pinar y a todas sus criaturas que descansan en su íntima soledad hasta el primer rayo de sol. En el campo siempre amanece antes. Hay más verdad. Más trabajo. Más sudor. Más calor y más frío.

 El río Cega pasa bravo cerca de los corrales donde los toros aguardan en una tensa calma como prediciendo que están a punto de llegar las ocho de la mañana. Puntualidad segoviana. Fuera, el pueblo. Caballos, jinetes y valientes. Las sopas de ajo y un trago entonan el cuerpo a la vez que lo calientan. El miedo se confunde con el frío. La titiritera, con las piernas flojas. Hay peligro, tensión, adrenalina por las nubes... pero vence el amor por una tradición que aparece en antiquísimos documentos ya por 1215.

La suelta marca el comienzo de un nuevo encierro. El más antiguo de España. Cuellaranos, con el pañuelo al cuello, quieren verlo tan de cerca que asusta. Los toros, arropados por una parada de bueyes, salen a una velocidad endiablada camino del pinar. El instinto del toro es el de huir. Ahí comienza el arduo trabajo de decenas de caballistas. El encierro en el campo guarda una belleza singular. La naturaleza en todo su esplendor. El polvo que se levanta del trote de los animales guarda algo de misterioso y mágico. Un silencio reverencial que demuestra el respeto por el toro. Ni un 'clin' de 'güasap' a destiempo. Al carajo con la vida tal y como la entendemos.


El tradicional Baile de Rueda antes del encierro I MUNDOTORO

 Mientras, Cuéllar pueblo despierta. La banda sonora del desayuno es Radio Cuéllar Cadena Ser. 'De momento han pasado tres', '¡Están todos!', '¡Vamos! ¡Que hoy vienen arreando!', 'Uno se ha quedado', sustituye a los buenos días. Todos llevan el 'pinganillo' en la oreja. Hay emoción por ver llegar el encierro a la villa. Y quieren que lleguen los seis. La primera cita es en La Resina donde la dulzaina, el tamboril y el aguardiente acompañan el comienzo del Baile de Rueda que recorre todo el encierro. Alegría es sinónimo de fiesta.

 El pueblo es fiesta pero el campo mantiene la tensión y el riesgo. Los caballistas se juegan la vida para llevar el encierro camino del embudo. La inmensidad del Pinar. Del paso de Las Máquinas al túnel de la autovía. Un descanso para que los animales repongan. Y los caballistas también. Esfuerzo y sacrificio. El 'skyline' -como dirían los modernos- de Cuéllar ya asoma en el horizonte. Sus torres mudéjares, reflejo del paso de las tres culturas. Su castillo, otrora reflejo de su esplendor. El embudo. Tan mítico como peligroso. Tan bonito como agreste. Punto de entrada a la urbe. Las colinas se abrigan de gente para ver el paso de la manada al galope. Primero, el silencio y la expectación. Todos a una. Los caballos comienzan al trote. Las garrochas en lo alto. Más rápido todavía. Si la manada va agrupada es que ha habido suerte, sino... habrá que sudar quina.


El encierro de Cuéllar, en la subida de Las Parras I MUNDOTORO

 El espectáculo es sin igual. Una belleza cincelada por un ser superior. Ya se ven las talanqueras. Los corredores se santiguan. '¡Que ya vienen!', dice el más avispado. Más allá de Las Parras, en Los Paseos, se diluye el Baile de Rueda. Mujeres y jóvenes ya se guardan para ver el paso de los toros después de bailar la jota, correr como si viniese el encierro y asustar a más de uno. Ahora sí, llegan de verdad. La Resina recibe a los toros. La calle se estrecha en Las Aldabas. El Kiko's que en Toros solo cierra por el paso del encierro. Los corredores, delante; los pastores, escoltando el viaje. La subida de Las Parras es una delicia. Cúellar, con sus vaivenes. Judía y mora. Cristiana de la Virgen del Rosario y San Miguel.

 El encierro ya encara el tramo final. La avenida de los Toreros llega hasta su plaza. Dentro, llena hasta la bandera. Las charangas se confunden con los aplausos. Caras de frío en el tendido. Churros y un traguito de anís. Gafas de sol que ocultan los ojos de una noche de excesos. Voces roncas que acusan el ajetreo de los días de Toros. Peñas. Pañuelos. Besos con amores de verano que mueren cada septiembre. Los toros están en los corrales. Exhaustos por un encierro exigente. Peligroso y precioso. Que conserva la identidad de un pueblo. El Jueves de Toros marca el fin de un nuevo año. Porque en Cuéllar, los años se miden por el paso de Toros. Porque el toreo fue y siempre será del pueblo.

Cuellaranos... ¡A por ellos!

Publicado en Mundotoro. 31.01.2018.

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