Y de repente amainó la
lluvia, las nubes dieron paso a un sol resplandeciente que transmitía un calor
impropio para los días de temporal que llevamos. En ese momento se abrieron las
hojas de la Puerta de Madrid, la más grande del torero.
Entre vítores y aplausos
salía el último torero de Madrid por esa puerta por la que salió siete veces,
tocando la gloria con los dedos. Emoción. Palmas rotas. Quejíos de “TORERO,
TORERO”. Tristeza… Un torero inolvidable.
Quizá sea el último torero
de Madrid, porque Las Ventas era su plaza, su casa. En ella nació y se crió. Se
hizo torero. ¡Y qué torero! Hasta en sus últimas faenas dando el pecho y
cargando la suerte, porque si las facultades físicas fallaban, para eso estaban
las muñecas.
Antonio Chenel recorría su
octava Puerta Grande mientras salía el sol porque allí arriba le estaban abriendo
la Puerta Grande del cielo por la que entraron Montoliú y Yiyo, sus amigos.
Ellos te darán la bienvenida, no te preocupes, estarás como en casa.
De lila y oro, perdón, de
Chenel y oro. Tu traje, tu color, tu esencia. Antonio Chenel “Antoñete”. Gracias.
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