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En los tiempos que estamos
viviendo, donde la sociedad está asumida en la comodidad, donde todo parece tan
fácil, se pierden esos valores tan arraigados que sirven como base para la
convivencia de todos, y quizá sea ahora cuando más se necesitan. Pero da gusto
reconciliarse con aquello que creemos que hemos perdido. El respeto por
nuestros mayores, el esfuerzo, el sacrificio… “Maestro, buenas tardes”, saluda
un chico a Joaquín Bernardó cuando llega a la Escuela un día más.
La Escuela de Tauromaquia Marcial
Lalanda o la Escuela Nacional de Tauromaquia, como se llamó cuando se fundó
allá por 1976, con una primera generación para el recuerdo con Julián Maestro,
Lucio Sandín (primer alumno inscrito) y Yiyo o la gloriosa que se recorrió
varias veces la piel de Toro, José Luis Bote, El Fundi y Joselito. Durante más
de 36 años ha dado casi 150 toreros al escalafón mayor, una barbaridad. Lo que
confirma que su método de enseñanza es una de las claves.
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La ilusión y la devoción por
la docencia hacen que la escuela sobreviva pese a las trabas que impone la
crisis y unos políticos ineptos que redactan los pliegos con otra parte que no
es el cerebro… Ni con el corazón, pues la única escuela pública de la Comunidad
que vive a duras penas de las mínimas ayudas que recibe, están equiparadas con
las privadas que cuentan con capital externo que les hace la vida mucho más
fácil. De pena.
Una mirada perdida tras un
capote, mil sueños y un solo objetivo… Faltar el respeto a una frase que está
siempre presente en el día a día de los alumnos “Llegar a ser figura en el toreo es casi un milagro” y en letra muy
pequeña, casi imperceptible “Pero el que
llega, el toro podrá quitarlo la vida, la gloria jamás”. Muchos llegaron,
pero solo tres obraron ese milagro: El Yiyo, al que un toro le quitó aquello
que reza esa segunda frase, Joselito y El Juli.
Escuela Taurina de Madrid |
Todo esto no sería posible
sin el incansable trabajo de los profesores, encabezado por el maestro Bernadó,
que tras el fallecimiento del alma mater Manuel Molinero y la jubilación de
Felipe Díaz Murillo y Gregorio Sánchez. Además de Jose Luís Bote, Macareno,
Tinín…
Pero un momento, un instante
me hizo sentir torero. Cumplir un sueño. Torear en la Escuela a la que uno
quiso pertenecer, ser corregido por el maestro José Luis Bote “¿Te gusta la
pureza? Esa manera de encajar los riñones y ofrecer el capote…” Son palabras
que nunca olvidaré.
En la Venta del Batán se
respira amor por el toro desde que pones el primer pie. Si no fuera por el
estado de abandono de los corrales donde se exponían los toros isidriles y
punto de reunión de aficionados, sería uno de los paraísos del toreo. ¡Qué
recuerdos! Ir por la mañana, muy temprano de la mano de mi padre, con apenas 8
años. Recorrerse todos los corrales y ver a los toros tumbados a la sombra o
comiendo, cuando uno se los imaginaba feroces y desafiantes, para luego ver una
clase práctica, donde los alumnos daban lo mejor de sí para que les vieran… ¡El
público de Madrid! Que tiempos… Aquello sí que era grandeza.
Afición, mucha afición hay
en esos 60 chavales que cada día vienen de una punta de Madrid a la Escuela de
Tauromaquia. Aunque sean muchos los que no lleguen, esa experiencia les valdrá
para valorar la vida, aquella que soñaron con perder solo por alcanzar la
gloria.
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