miércoles, 3 de octubre de 2012

La Escuela de la vida



Foto: Escuelataurinademadrid.es
En los tiempos que estamos viviendo, donde la sociedad está asumida en la comodidad, donde todo parece tan fácil, se pierden esos valores tan arraigados que sirven como base para la convivencia de todos, y quizá sea ahora cuando más se necesitan. Pero da gusto reconciliarse con aquello que creemos que hemos perdido. El respeto por nuestros mayores, el esfuerzo, el sacrificio… “Maestro, buenas tardes”, saluda un chico a Joaquín Bernardó cuando llega a la Escuela un día más.

La Escuela de Tauromaquia Marcial Lalanda o la Escuela Nacional de Tauromaquia, como se llamó cuando se fundó allá por 1976, con una primera generación para el recuerdo con Julián Maestro, Lucio Sandín (primer alumno inscrito) y Yiyo o la gloriosa que se recorrió varias veces la piel de Toro, José Luis Bote, El Fundi y Joselito. Durante más de 36 años ha dado casi 150 toreros al escalafón mayor, una barbaridad. Lo que confirma que su método de enseñanza es una de las claves.
Foto: Escuelataurinademadrid.es

La ilusión y la devoción por la docencia hacen que la escuela sobreviva pese a las trabas que impone la crisis y unos políticos ineptos que redactan los pliegos con otra parte que no es el cerebro… Ni con el corazón, pues la única escuela pública de la Comunidad que vive a duras penas de las mínimas ayudas que recibe, están equiparadas con las privadas que cuentan con capital externo que les hace la vida mucho más fácil. De pena. 

Una mirada perdida tras un capote, mil sueños y un solo objetivo… Faltar el respeto a una frase que está siempre presente en el día a día de los alumnos “Llegar a ser figura en el toreo es casi un milagro” y en letra muy pequeña, casi imperceptible “Pero el que llega, el toro podrá quitarlo la vida, la gloria jamás”. Muchos llegaron, pero solo tres obraron ese milagro: El Yiyo, al que un toro le quitó aquello que reza esa segunda frase, Joselito y El Juli.

Escuela Taurina de Madrid
Todo esto no sería posible sin el incansable trabajo de los profesores, encabezado por el maestro Bernadó, que tras el fallecimiento del alma mater Manuel Molinero y la jubilación de Felipe Díaz Murillo y Gregorio Sánchez. Además de Jose Luís Bote, Macareno, Tinín…

Pero un momento, un instante me hizo sentir torero. Cumplir un sueño. Torear en la Escuela a la que uno quiso pertenecer, ser corregido por el maestro José Luis Bote “¿Te gusta la pureza? Esa manera de encajar los riñones y ofrecer el capote…” Son palabras que nunca olvidaré.

En la Venta del Batán se respira amor por el toro desde que pones el primer pie. Si no fuera por el estado de abandono de los corrales donde se exponían los toros isidriles y punto de reunión de aficionados, sería uno de los paraísos del toreo. ¡Qué recuerdos! Ir por la mañana, muy temprano de la mano de mi padre, con apenas 8 años. Recorrerse todos los corrales y ver a los toros tumbados a la sombra o comiendo, cuando uno se los imaginaba feroces y desafiantes, para luego ver una clase práctica, donde los alumnos daban lo mejor de sí para que les vieran… ¡El público de Madrid! Que tiempos… Aquello sí que era grandeza.

Afición, mucha afición hay en esos 60 chavales que cada día vienen de una punta de Madrid a la Escuela de Tauromaquia. Aunque sean muchos los que no lleguen, esa experiencia les valdrá para valorar la vida, aquella que soñaron con perder solo por alcanzar la gloria.

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