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Foto: Burladero.com |
La feria de Fallas va
tomando forma. Poco a poco se van gastando cartuchos que van definiendo el
principio de esta extraña temporada. El capítulo más alegre lo cerró el
novillero valenciano Román, que ilusiona a propios y a extraños después de
demostrar su descarado desparpajo. Es lo que echamos de menos, un novillero, no
un matador de novillos, como estamos acostumbrados hoy en día. Esa facilidad en
la cara de los novillos, esa perfección… El temple y las ganas cubren esos
defectos que nos permitirán ver su evolución. ¿Qué cara se le debió quedar a
Fernando Adrián cuando fue Santiago López, vía Simón Casas, para ofrecerle el
apoderamiento después de matar a su primer novillo?
La novillada de El Parralejo
fue buena, mucho dicen algunos. Lo que le faltó a la de Javier Molina, aunque
vengan del mismo tronco. Siguiendo la línea ganadera, hay que pararse
obligatoriamente en uno de los que echó Nicolás Fraile. Corrió segundo en una
tarde de jóvenes valores, la esperanza de los aficionados. Lisonjero de
Valdefresno que cayó en manos de un Diego Silveti laureado tras su paso por
tierras mexicanas.
Decir Lisonjero es decir
Lisardo. En forma y fondo. De bastas hechuras, gordo pero no pasado de kilos,
no llegó a los 490 kg. Carifosco y badanudo, que da un plus de trapío. Le daba
una presencia que llenaba la escena, acompañado por unos pitones que rozaban el
cielo de Valencia. ¿Cuello? Ni para comer, por lo que nadie se pensaba en que
podría descolgar. No era precisamente el toro más bonito.
De salida muy frio, nunca
estuvo fijo. Iba de un capote a otro, e incluso siguiendo a los que estaban en
el callejón. Después de un fuerte primer puyazo, Silveti hizo un quite por
saltilleras no lleno de dificultad, por ese problema de fijeza típico del
encaste Lisardo. Tampoco el de banderillas fue su mejor tercio. A partir de
quedarse solo con el torero la cosa cambió. Este encaste es especial, tiene su
tiempo que hay que conocer. Comenzó por estatuarios, pero ante su, todavía,
falta de fijeza le arrolló. Pero a partir de ahí se vino arriba. Desde la
primera tanda de naturales se comenzó a atisbar lo que nadie esperaba. La
calidad, motor y nobleza florecieron. Ese cuello inexistente, como por arte de
magia creció dos cuartas para humillar. Humillar haciendo surcos, como si
estuviera arando el albero del coso de la calle Xátiva. Semicírculos perfectos
que rodeaban a un torero que no logró calentar el ambiente a pesar de tener un
cortijo en el pitón izquierdo. ¡El hocico lo tenía lleno de arena! Lo templó,
sí, pero ese toro no se puede ir con las orejas puestas.
Un toro de bandera, de los
que se acuerda uno cuando hace balance de la temporada. Estas son las sorpresas
que nos encontramos cuando salimos del encaste Domecq, en sus diferentes vertientes
porque no todo es lo mismo. Conocer y comprender las particularidades de cada
encaste, nos hace tener una visión más amplia de la fiesta. Por tanto, hay que
proteger esta riqueza genética que solo tiene la raza de lidia.
1 comentario:
Ahora mismo te enlazo, muchas gracias! Un abrazo
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