viernes, 26 de noviembre de 2010

Poder y no querer

Cuando esto de la tauromaquia estaba comenzando, los jóvenes que querían ser toreros porvenían de familias muy pobres, que no tenían recursos y quería que sus hijos fueran toreros para poder salir de esa pobreza. El chico que valía iba creciendo poco a poco, cobrando por cada compromiso que toreaba, aunque fuera poco pero para ayudar a su familia que solía estar muy necesitada y con pocos recursos.
El que despuntaba y llegaba a ser figura, ganaba mucho dinero y podía llegar a ser rico por lo que toda su familia vivía de él, de lo que les proporcionaba. Y con mucho esfuerzo podían comprarse un cortijo, ese con el que tantas veces soñaban cuando tenían que dormir en precarias condiciones. Era una salvación de muchas familias de principios e incluso ya adentrado el Siglo XX.
Pero derrepente todo cambió. Ya no se podía ser pobre para ser torero. Se necesitaba mucho dinero para que un joven pudiera torear y tener la opción de despuntar. Se les empezó a pedir dinero para torear en los pueblos, por lo que las familias pobres no podían permitirse que la ilusión del hijo pudiera hacerse realidad. En esto surgió la figura del ponedor, pero ese no es el tema en el que me quiero centrar...
Esta demostrado que hay toreros que tienen una calidad infinita, pero su comodidad tanto económica como familiar provoca que ya no quieran arrimarse al toro, porque se dan cuenta que les puede hacer mucho daño y no les interesa. Es una pena que nos hayamos perdido a muchos toreros por no tener esa ambición de querer ser figuras del toreo . Las cosas son así, es lo que tiene nacer con el cortijo.

1 comentario:

Paco Montesinos dijo...

Cuantos posibles toreros se están perdiendo, y cuantos petardos nos tragamos en las novillada.
Esperemos que esta crisis ponga las cosas en su sitio, por que sino vamos camino de la deriva.