Y así pasó. Un escándalo en toda regla que le ha servido para hacerse la foto y colgarla en un marco que ocupará un lugar privilegiado de su casa. Mejor vestido no podía ir pero de contenido vació. Recuerdo aquellos años en los que los novilleros se la jugaban por entrar en Las Ventas toreando en pueblos de mala muerte con trajes de tercera mano, hecho jirones que se compraron (o alquilaron en la mayoría de los casos) con su primer sueldo. Pero como ya saben, el mundo ha cambiado y el taurino más. Ahora hay que ir a la capital para poder entrar en el circuito de las pequeñas plazas. Pero una cosa es eso y la otra es que nos engañen por muy buen padrino que tenga (llevar a Ángel Otero en la cuadrilla no es ninguna tontería). La empresa se lo tiene que hacer mirar, aunque a lo mejor conviene su presencia porque es un sueldo que se ahorran… o como dice el refrán torero ponedor, poco mordedor.
El festejo siguió con dos toreros que tienen ganas y maneras para decir algo interesante en un oficio en el que está casi todo inventado. El cordobés Ignacio González estuvo correcto ante un gran segundo novillo. Tomó tres puyazos considerables y mejoró de una manera estupenda. Tuvo emoción, velocidad y clase. Remataba por detrás de la cintura haciendo el avión, pero el novillero no estuvo a la altura ya que le perdía pasos en cada embestida. Hubo alguna tanda buena por la derecha con el público roto por la condición del animal. Pinchó y perdió cualquier posibilidad de triunfo.
Gómez del Pilar cortó una cariñosa oreja después de una faena floja con un final emocionante en las cercanías con un valor seco que dará que hablar. Aparte de tener mucho valor, tiene un puntillo de arte en la planta que hace que le queramos volver a ver.
Dos toreros, dos conceptos que, sin duda, serán los punteros al final de temporada y hasta que tomen la alternativa. Habrá que tenerlos en cuenta porque darán que hablar.
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